Octavo

 El verano da fin y Victor puede decir que esos han sido los mejores meses de toda su vida.

Conforme sigue pasando el tiempo, se vuelve más cercano a Yuuri, e inclusive han decidido establecer algunas rutinas.

Por ejemplo, suelen reunirse en un punto determinado en las mañanas para caminar juntos a la escuela –y no, Victor sigue sin querer usar los servicios del chófer privado que tiene a su disposición–, también la madre de Yuuri ha comenzado a prepararle un bento todos los días. Victor, por supuesto, está feliz al tener comida casera durante la hora del almuerzo, todo porque durante una de sus ahora cada vez más frecuentes visitas a Yutopia, se le ocurrió decirle al otro chico que ya estaba cansado del menú en la cafetería, justo frente a los señores Katsuki.

Entonces Hiroko, exactamente como toda madre preocupada, le hizo saber necesitaba alimentarse bien.

—Eres un adolescente en crecimiento, Vicchan —alegó tras utilizar aquel apelativo cariñoso para referirse a él—. De ahora en adelante déjalo todo en mis manos, cariño.

Y Victor, en honor a la verdad, sabe que jamás podrá pagarle a Hiroko todas las cosas buenas que hace por él.

Por otro lado, a veces hay días muy ocupados y necesitan hacerse cargo de sus respectivas responsabilidades académicas u extracurriculares. Según las reglas del colegio, todos los estudiantes deben inscribirse en un club; Victor eligió música, Yuuri mientras tanto, se fue sin dudar a patinaje porque hay a disposición un entrenador de verdad y quiere seguir preparándose para conseguir alcanzar su sueño en un futuro cercano.

En algunas ocasiones aisladas, Yuuri termina primero, gracias a lo cual acude al salón dónde Victor tiene prácticas con otros compañeros. Ya lo ha escuchado maniobrar el piano de cola que tienen a disposición y, por supuesto, todo el tiempo le hace saber cuán talentoso es.

—¿Quieres intentar? —pregunta Victor una de esas tardes cuando Yuuri se queda con él, una vez todos han decidido marcharse.

—No sé cómo —Yuuri luce avergonzado; sabe que es así porque Victor ha aprendido a leerlo justo igual a una difícil partitura.

—Yo te mostraré; ven aquí —dice tras palmear una parte del banquillo dónde ha dejado espacio suficiente para dejarlo tomar asiento—. Estas —señala las teclas del centro—, corresponden a los tonos medios. Las negras, por otro lado se llaman bemoles —con habilidad, Victor presiona unas cuantas y el sonido emerge fuerte, claro y muy hermoso.

—¿Podrías tocar algo para mi? —pregunta Yuuri con gentileza.

—¿Qué te gustaría escuchar?

—Cualquier cosa —le deja elegir.

Y Victor obedece, "Clair de Lune" resulta ser lo primero que acude a su mente al tiempo que presiona las notas adecuadas.

Yuuri, embelesado, únicamente se dedica a observar, escuchar y sentir. La música es preciosa, triste, sí, pero posee una belleza difícil de explicar con palabras. Conforme pasan los minutos, Victor se acerca al final evocando la imagen de su madre. Extraña tenerla cerca, escucharla hablar o verla sonreír. Antes la soledad lo acompañaba todo el tiempo, ahora en cambio, Makkachin y Yuuri mitigan esa horrible sensación, por lo tanto Victor puede decir vive feliz en cierta manera.

Para cuando Victor termina, el sol comienza a ocultarse y una suave luz naranja cubre todo cuanto pueden mirar; la quietud envolviéndolos.

—Deberíamos volver a casa —Victor dice por decir, perdiéndose entre las facciones del otro muchacho.

—¿Pensabas en alguien mientras tocabas esa canción, verdad? —contesta en su lugar, ganándose la completa atención de Victor—. Y era importante, ¿cierto?

No es como si Yuuri fuera entrometido, al final de cuentas Victor suele contarle casi todo; sabe que carece de una figura paterna estable, que la relación entre ambos jamás ha sido buena y tampoco lo será en algún futuro cercano. Y si bien evita decir demasiado respecto a su madre cuando mantienen largas conversaciones, Yuuri puede ser muchas cosas mas nunca tonto. Así que, cediendo ante un arrebato de torpe sinceridad, decide compartir con él aquella verdad a medias.

—Sí, lo era —confirma clavando sus ojos azules en una ventana del aula—. Recordé a mi mamá: ella murió cuando yo tenía ocho años.

Yuuri no aparta su atención de él, pero Victor no se siente incómodo en absoluto, y el silencio entre ambos no se torna fuera de lugar.

—Imagino que fue muy duro para ti —Victor entonces parece genuinamente sorprendido.

Por lo general todos pasan a tenerle lástima luego de sacar conclusiones acertadas, justo igual a los empleados que prestan servicio en su propia casa. Pero no Yuuri; él realmente no está tratándolo distinto.

Jamás lo hizo.

—Son cosas que no podemos controlar —agrega, resignación clara en la oración.

—Pero ahora nos tienes a nosotros —el chico Katsuki le brinda una hermosa sonrisa. Una que Victor interpreta como: "estás aquí, conmigo."

Lo está; por supuesto que lo está y va a estarlo siempre. Por encima del instrumento musical, Victor toma la mano de Yuuri regalándole un ligero apretón.

El destino quizá, de cierto modo, jamás se equivoca.

                                               

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