Melodía quebrada

 Ritsuka Uenoyama era un desastre en todos los aspectos de su vida.

A poco menos de dos años de pisar el umbral de los treinta, sin importar cuánto se esforzara, no conseguía obtener ningún logro del cual enorgullecerse. No tenía empleo ni un lugar propio donde vivir, por ende, su estabilidad económica a últimas fechas podría considerarse precaria.

Tampoco contaba con el apoyo de su familia, y lo único que realmente le quedaba era su vieja guitarra: la cual comenzaba a deteriorarse gracias al uso.

En pocas palabras era un perdedor.

A tales instancias, tras pasar por tantos altibajos, comenzó a cuestionarse dónde demonios quedaron las metas que se prometió cumplir cuando era un adolescente. Pero, después recordaba cuán asquerosa era la realidad en el mundo, pues este no funcionaba a base de sueños e ideales: se movía impulsado por certezas y dinero.

Gracias a eso, su situación actual le obligaba a apegarse a soluciones prácticas. O al menos hasta que algo mejorara.

Antes de que todo se fuera a la mierda, Ritsuka recordaba que llevaba una vida normal. Tenía amigos, jugaba baloncesto, sacaba buenas notas y amaba tocar la guitarra. Pasaba sus días divididos entre clases, trabajos de medio tiempo y toquines con bandas aleatorias, a quienes brindaba apoyo de vez en cuando si se lo pedían.

Aunque en varias oportunidades recibió múltiples invitaciones para unirse a algunas de ellas permanentemente, las rechazaba porque tarde o temprano se generaban conflictos irreconciliables con los miembros, llevándolo a desertar al instante.

A pesar de que era autodidacta, poseía una excelente técnica y control en su instrumento a tal grado que, aunado a su personalidad, hería susceptibilidades con gran facilidad.

Por esa razón prefería hacer las cosas en solitario. Y le era suficiente.

Pero todo comenzó a cambiar al cumplir dieciocho años. En aquel entonces sus padres aún tomaban su afición por la música como un hobby, algo en lo cual invertía tiempo libre por mera diversión; a fin de cuentas su padre le regaló la Telecaster en primer lugar, pues ya no le daría ningún uso de provecho, iniciándolo en aquel fascinante mundo.

Ciertamente, al hallarse próximo a concluir el instituto, tuvieron algunas conversaciones incómodas sobre cuál camino seguiría luego de graduarse.

Y claro que quería ir a la universidad. Sin embargo, su intención no era matricularse en finanzas, derecho, administración o medicina, aun cuando se le daban bien las ciencias duras. Esa no era su pasión.

Ritsuka aspiraba a ingresar en la universidad de bellas artes y música de Tokio, la cual contaba con un campus en Yokohama. A decir verdad, nunca habló abiertamente del tema porque le asustaba que se opusieran a la decisión, y estúpidamente pensó que sería capaz de manejarlo hasta el último minuto.

Inclusive los profesores del colegio, cuando preguntaban sobre cuáles eran sus aspiraciones, le restaba importancia al decir que no decidía nada concreto aún.

Pero el tiempo se agotaba.

Aunado a esto, también comenzó a enfrentar algunos problemas existenciales en cuanto a su sexualidad respectaba. Ritsuka solía ser popular entre las chicas y era blanco de confesiones que no llegaban a ninguna parte.

Más que emoción, todos aquellos sucesos le provocaban incomodidad y muchísima vergüenza. Además, no llamaba su atención iniciar ningún noviazgo a corto, mediano o largo plazo. Y atribuyó tal falta de interés al hecho de que estaba demasiado ocupado con la música, y no le quedaba tiempo para otras cosas.

No obstante, poco a poco descubrió que se trataban de excusas.

Independientemente de su apariencia desinhibida y carácter fuerte, Uenoyama era tímido. El contacto físico sumado a su inexperiencia lo avergonzaba sobremanera. Por ende, se mostraba esquivo sobre el romance o cualquiera de sus variantes. Sin embargo, eventualmente comprendió que lo suyo, en realidad, no eran las chicas…sino los chicos.

Entenderlo fue aterrador, confuso y muy difícil.

Su descubrimiento vino acompañado de un muchacho que tocaba la batería en una de las tantas bandas que apoyaba. Congeniaban bien: era agradable y le gustaba conversar con él sobre estilos musicales. Tenía el cabello castaño, ojos grandes y una sonrisa encantadora. Y la forma en que lo miraba lo hacia sentir de un modo en que las mujeres nunca pudieron.

Por consiguiente los dos se trataron durante varias semanas: intercambiaron números y hablaban sobre temas al azar seguido. Además, Ritsuka se quedó con ellos a manera de soporte más de lo acostumbrado y eso trajo consigo consecuencias.

Consecuencias que le costaron caras.

Gracias a la constante insistencia de su "nuevo amigo", al fin aceptó tocar con ellos en una guerra de bandas local; a decir verdad le pareció inofensivo y divertido al mismo tiempo.

¿Qué podría salir mal?

En casa mencionó que participaría en un espectáculo, pero sus padres trabajarían y Yayoi nunca confirmó que asistiría.

Así pues, luego del gran espectáculo, la euforia y la adrenalina terminaron nublándole el juicio. No pensó las cosas, simplemente se dejó llevar y cometió un error.

Aun con el sonido de la música en su cabeza, con las inhibiciones que usualmente lo limitaban anuladas y la ridícula necesidad de contacto físico, prácticamente arrastró al baterista hasta los camerinos donde creyó que encontrarían un poco de privacidad.

Como todos ya se habían presentado al público, se encontraban afuera celebrando o conversando entre sí. Nadie los molestaría durante unos cuantos minutos.

Aun ahora, los recuerdos de Ritsuka eran confusos en cuanto a ese momento respectaba. Pese a ello, la incontrolable sensación de ceder ante un impulso que jamás experimentó antes, se quedó grabado en su memoria por siempre.

Ese fue su primer beso.

Lo recordaba burdo, torpe y un poco extraño tomando en consideración que nunca hizo algo así. Sin embargo, a su compañero poco le interesó, motivándolo a ir todavía más lejos.

Pero se vieron interrumpidos cuando la puerta de los camerinos que, estúpidamente olvidó cerrar gracias a la urgencia, se abrió de un momento a otro. Ritsuka hubiese podido manejar la situación de haber sido otra persona la que irrumpió en el lugar. Sin embargo, tratándose de Yayoi, no supo cómo actuar.

Asustado, avergonzado y en pánico, Ritsuka salió de los camerinos importándole poco los gritos que su hermana profirió en busca de una explicación. Ambos compartían rasgos similares en su personalidad y carácter; eran explosivos, arrebatados e impulsivos. Y, justo por esa razón, sin detenerse a mirar a nadie, buscó su guitarra dispuesto a marcharse mientras le rogaba al cielo que todo se tratara de una horrible pesadilla.

No obstante, cuando Yayoi le dio alcance en la calle, las cosas empeoraron.

—¿Qué demonios significa esto? —Yayoi lo confrontó, importándole poco que su tono de voz comenzara a captar la atención.

Ritsuka, con su guitarra al hombro, se metió las manos en los bolsillos mortalmente incómodo.

—Déjame en paz, Yayoi —E inmediatamente trató de evadirla—. No te incumbe.

—¿No me incumbe? ¡Con un demonio, Ritsu! ¡Te vi besándote con otro chico! —Que Yayoi hablara con tanto desprecio le pareció similar a recibir un golpe físico en la boca del estómago—. ¿Eres homosexual?

—¡No tengo por qué responder a eso, maldición! —sentenció enfadado consigo mismo y la situación.

—No, claramente a mi no me debes nada, ¿pero sabes la vergüenza que le provocarás a nuestros padres si se enteran? ¡No es natural y lo sabes! —dándole la espalda, procedió a marcharse—. ¡Ritsuka! Vuelve aquí ahora mismo.

Negándose a una confrontación mayor, prefirió huir. Ciertamente no pudo pensar en una justificación coherente para aquello que Yayoi descubrió por accidente. Aun así, no aguantó que ella le echara en cara todas esas acusaciones sin pensarlo antes, como si tener preferencias distintas lo convirtiera en un maldito fenómeno.

Y tuvo miedo.

Y sus temores se volvieron realidad, porque ella les contó todo a sus padres, sin darle posibilidad de defenderse. La charla posterior rompió el corazón de Ritsuka en pedazos. Ninguno entendía la razón por la cual se inclinó por aquellas preferencias e intentaron convencerlo de que quizá era una fase pasajera, algo temporal, atribuyéndolo a la curiosidad propia de la adolescencia.

Nada cambió. Así que, en cuestión de unos cuantos meses, Ritsuka se hastió de todo y decidió marcharse, ya que sus padres crearon una brecha tan grande que le dio la sensación de no ser bienvenido. Aunado al hecho de que las discusiones con Yayoi se volvían más recurrentes e insoportables.

Por ende, tras graduarse de la preparatoria tomó su guitarra, los ahorros con los cuales contaba gracias a sus múltiples trabajos de medio tiempo, y se largó sin despedirse ni mirar atrás.

Si bien trataron de contactarlo las primeras semanas, se rehusó terminantemente a hablar con ellos. ¿Qué sentido tendría? No estaba dispuesto a soportar más sermones ni a seguir las reglas de nadie nunca más.

Obviamente, vivir por cuenta propia los primeros años fue todo menos sencillo; pagar gastos que incluían comida, hospedaje y servicios, le obligaron a buscar otros empleos incluso los fines de semana para generar mayores ingresos.

En su nueva libertad, también tuvo oportunidad de salir con algunos chicos, aun cuando las relaciones no trascendían en absoluto, pues Ritsuka jamás supo manejarlas apropiadamente.

Tiempo después, finalmente creyó alcanzar algo de estabilidad, pero todo volvió a desmoronarse en cuestión de semanas.

El restaurante donde trabajó durante los últimos tres años como gerente, ya que logró ascender a tal puesto por mérito propio, se fue a la quiebra; si bien le otorgaron una indemnización, solo sirvió para cubrir algunos gastos durante uno o dos meses.

Aunque hizo lo posible por encontrar otro empleo antes de terminar con los pocos ahorros que le quedaban, ningún esfuerzo rindió frutos. Por obvias razones, su frágil economía se disolvió, y pronto no pudo seguir pagando el alquiler, ni los servicios básicos ni nada más. Desesperado, se vio en la obligada necesidad de pedir ayuda a quienes en antaño consideraba sus mejores amigos en preparatoria: Ueki e Itaya.

Al acudir a ellos luego de contactarlos vía telefónica, le sorprendió saber que los dos eran pareja y vivían juntos en un bonito departamento en una modesta zona residencial.

—Dejando a un lado lo ingrato que eres, te queremos, Uechii —Itaya le dijo tras el sorpresivo y emotivo encuentro—. Nos da tanto gusto verte y saber que estás bien.

—Luego de la graduación desapareciste —Ueki recordó con pena—. Te buscamos en tu casa y nadie supo decirnos dónde rayos te metiste.

—Sí tenías problemas, pudiste acudir a nosotros.

—Yo no sabía...—balbuceó sobrecogido. El tema de la comunicación todavía le costaba demasiado—. Perdonen. Les agradezco que me reciban; prometo que solo serán unos cuantos días. Me rehúso a causarles problemas.

—Tonterías. Puedes quedarte todo lo que quieras —Itaya le sonrió tras brindarle varias palmadas en la espalda—. Siempre serás bienvenido.

Aun tras tantos años, agradeció que Ueki e Itaya siguieran apreciándolo. Y le hizo sentir bien saber que al menos dos personas en el mundo se preocupaban por él.

Desde entonces había pasado ya una semana. En los pequeños lapsos en que no buscaba trabajo de tiempo completo, paseaba sin rumbo por las calles con su guitarra, tal cual si se tratara de un salvavidas al cual aferrarse en medio de una turbulenta tempestad.

La frustración y la rabia eran malas consejeras. Aun así, no podía evitar caer bajo su influencia con frecuencia. Ueki e Itaya se portaban muy bien con él, pero no quería incomodarlos demasiado con su presencia, por lo que pasaba la mayor parte del día fuera y solo regresaba hasta que era preciso.

Un día, tratando de olvidar los problemas que le aquejaban, llegó a una gran plaza comercial porque buscaba repuestos para las cuerdas de su guitarra. Invirtió lo último que quedaba en su billetera para eso; bastante idiota e irresponsable, cabía destacar.

Luego, sentado a orillas de una gran fuente decorativa, sacó la telecaster del estuche e hizo los cambios pertinentes. Distraído en la afinación del instrumento, no pudo evitar que una amable mujer que pasaba por ahí le pusiera dentro del estuche abierto unas cuantas monedas.

Ritsuka intentó aclarar que no era lo que ella creía, mas hizo caso omiso. Y de pronto se le ocurrió una idea descabellada. Atreviéndose a usar la música de un modo que nunca antes lo hizo, se alegró de hacer conservado un amplificador pequeño, pues el más grande y costoso de su repertorio lo vendió para comprar comida.

Así, cada tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, Ritsuka acudía a aquella concurrida plaza comercial.

Al inicio no recibió mucho, sin embargo, al cabo de unas cuantas semanas comenzó a hacerse de una audiencia pequeña. Y aunque no lo consideraría de lo más ideal, por fin hacia algo que amaba.

Si bien su rutina se volvió más emocionante, Ritsuka se dio cuenta de algo particular los últimos dos días. Siendo honesto, él no era ni por asomo del tipo observador.

Antes bien, olvidaba rostros y nombres con gran facilidad, aun así resultó muy difícil no darse cuenta que ganó un espectador regular. Se trataba de un hombre alto, de complexión delgada y cabello rubio; por lo general llevaba puestas gafas oscuras, grandes bufandas que cubrían su rostro y a veces gorros de lana.

Siempre llegaba a la misma hora, escuchaba dos o tres canciones, dejaba un billete dentro del estuche y después se marchaba. La primera vez que Ritsuka vio cuánto le dejaba en sus visitas iniciales, casi se fue de espaldas gracias a la impresión: era muchísimo más de lo que cualquiera se atrevería a obsequiarle a un extraño solo por el gusto de escucharlo tocar la guitarra.

Aquella ocasión, para su consternación, sucedió algo diferente. Además del dinero, el extraño también le hizo entrega de una tarjeta de presentación, y Ritsuka reconoció al instante el logotipo impreso sobre el papel.

Si su memoria no fallaba, era un club bastante prestigioso donde bandas semi profesionales se presentaban, con la esperanza de impresionar a algún caza talentos y debutar bajo su favor. Sorprendido, constató que en la parte trasera tenía escrita una nota pequeña, con horario y día específico.

Ritsuka desconfío de inmediato.

¿Qué mierda querría un tipo como ese con él? ¿Y si solo era un engaño? Tentado a hacer caso omiso, estuvo a punto de tirar la pequeña tarjeta en un basurero cercano, pero a último minuto de hacerlo se arrepintió. Vaya locura, se burló irónico tras guardarla en su chaqueta. Y mientras volvía a casa esa noche, jamás se imaginó qué muy pronto su mundo entero cambiaría por completo, pues gracias a la música que tanto amaba, retomaría el rumbo perdido.

Dado que su corazón descubriría la capacidad de latir al compás de un ritmo hasta entonces desconocido, gracias a las experiencias que aguardaban en el futuro.




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