Decimosegundo

 Cada nueva reunión a la cual Victor necesita asistir con su padre, es más aburrida que la anterior.

Juegos de golf, desayunos en hipódromos bastante lujosos, comidas en restaurantes dónde se siente muy incómodo pues, aunque tiene buenos modales, ahí parece que todo el mundo espera cometas algún error. 

También lo ha llevado a fiestas sociales, en dichos eventos interactúa con un montón de gente hipócrita que no sabe hacer otra cosa que fingir frente a los demás algo totalmente distinto a su verdadero yo. A Victor le desagrada, eso es un hecho; aun así necesita sonreír, poner buena cara y comportarse tal como le recomienda su padre, pues quiere  mantener a salvo la amistad que ha logrado forjar con Yuuri.

Gracias al cielo, ellos continúan viéndose dentro del horario escolar e, igualmente, charlan seguido por teléfono cuando tienen oportunidad. Pero si bien Victor escucha con atención las cosas que Yuuri hizo durante todo el día, no puede evitar pensar cuánto lo extraña. 

También añora cada instante vivido con los Katsuki en Yutopia, e incluso Makkachin comienza a resentir quedarse tantos días encerrado. Los dos han regresado una vez más a la jaula de oro que tanto aborrecen y no pueden hacer absolutamente nada por evitarlo; deben aguantar. Victor ignora hasta cuándo, o si logrará hacerlo, aun así vale cada segundo si con ello puede seguir teniendo a Yuuri como esa gran y maravillosa constante en su claustrofóbica vida.

Y es precisamente gracias a las llamadas telefónicas que Victor se entera que Yuuri hará una prueba para intentar certificarse como patinador profesional; el mismo entrenador del colegio lo insta a ello pues asegura tiene muchísimo talento y nada pierde con intentar. Victor se siente orgulloso pues Yuuri suena tan feliz, tan emocionado ante la simple posibilidad, que se da a la tarea de buscarle algún obsequio para celebrar. 

De igual modo, Noviembre se acerca con rapidez y eso significa su mejor amigo pronto cumpliría años, motivo por el cual siente podría matar dos pájaros con un mismo tiro sin mayor problema. Empero, buscar se torna difícil pues Victor no consigue decidir qué cosa puede gustarle a Yuuri. 

Él es de gustos sencillos, más para Victor no es cualquier persona y merece lo mejor.

Así, un día mientras navegaba en línea ya casi resignándose, comprende todo aquel asunto resulta ser demasiado fácil desde un inicio. Así que, tras solicitar el producto deseado por paquetería, Victor se dice a si mismo no puede resultar mejor.

Las pocas horas que tienen disponibles juntos son empleadas en elegir la pista musical que Yuuri necesita utilizar para el programa que patinará. Su coreografía es apenas un prototipo y deben incluir la música si quieren tener tiempo suficiente para pulirla. 

En aisladas ocasiones, Victor piensa en ofrecerle los demos con los cuales ha trabajado durante meses completos, cuando ninguno parece satisfecho con las melodías que han encontrado hasta ése momento. No obstante termina arrepintiéndose la misma cantidad de veces. Yuuri necesita impresionar al miembro oficial de la ISU si acaso planea ingresar al competitivo mundo del patinaje artístico profesional. 

Entonces, tras incursionar entre diversos géneros y estilos de música, da con la pieza perfecta: es triste, melancólica y romántica, Victor casi puede imaginar a Yuuri patinarla con tanta claridad que no hay ninguna duda.

Obviamente el chico Katsuki acepta nada más la escucha.

Entonces, es durante el primer receso de la mañana que Victor se decide ir a verlo. Ahora Yuuri entrena casi el doble y pocas veces logran sentarse a conversar en persona, empero sabe será por un bien mayor. 

Victor lleva bajo el brazo una caja negra con un llamativo listón plateado, y contempla a Yuuri ejecutar algunos saltos bastante bien estructurados, ganándose así diez minutos de descanso. Nada más verlo, el otro chico esboza una hermosa sonrisa que brilla tanto o más que el mismo sol, haciéndole sentir como si pudiera ser capaz de admirarlo así durante el resto de su vida.

Victor ayuda a Yuuri a salir del hielo y, de ésa forma, los dos se dirigen hacia los vestidores dispuestos a charlar un poco antes que necesiten regresar a sus respectivas prácticas.

—¿Estás nervioso? —pregunta, mientras Yuuri bebe agua con ganas.

—Un poco —admite con sinceridad—. El entrenador dice que necesito esforzarme si quiero llegar a competir alguna vez en el Junior Grand Prix. ¿Te lo imaginas, Vitya? —sus ojos irradian emoción pura—. Sería fenomenal.

—Lo sé, pero considero que para lograr hacer eso vas a necesitar los patines adecuados —Victor coloca la caja sobre las rodillas de su amigo—. Es un regalo por motivo de tu cumpleaños, pero también quiero expresarte mis más sinceras felicitaciones por haber obtenido una oportunidad como esta.

Yuuri le mira con timidez al recibir el obsequio.

—Todavía falta mucho para mi cumpleaños —asegura con suavidad.

El ruso comienza a reír ante el gesto conmovido de su mejor amigo.

—Solo ábrelo —indica y Yuuri hace exactamente lo pedido.

El joven Katsuki desata la cinta con muchísimo cuidado, como si de alguna manera temiese romperla aun cuando se supone necesita hacerlo. Dentro hay papel blanco que protege al obsequio que descansa contra el fondo de la caja y, tras retirarlo, Yuuri se queda completamente sin respiración. 

Ahí, apoyados uno contra otro, hay dos patines cuyas brillantes cuchillas color plata resplandecen bajo las luces de los vestidores. Yuuri elige el izquierdo disponiéndose a examinarlo y entonces, anonadado, se da cuenta han sido fabricados por la mejor marca que existe y sólo por eso cuestan una barbaridad. Pero eso no es todo: dichos patines han sido personalizados con las iniciales de Yuuri y la bandera de Japón.

Son preciosos sin duda.

—Oh...

—En alguna ocasión mencionaste que estos eran los más idóneos para una competencia oficial —se apresuró a explicarse—. ¿Te gustan?

Yuuri baja el patín que ha sostenido como si fuera una joya preciosa durante aquellos escasos tres minutos e, inmediatamente, le lanza los brazos al cuello en un por demás sorpresivo abrazo que los saca un poco de balance.

—Es el mejor regalo que pude haber deseado jamás —murmura contra su hombro—. Gracias, Vitya.

Él cierra los ojos y disfruta el contacto.

—Al contrario, gracias a ti Yuuri —responde al devolver el gesto con gran cariño.

Y es así que comparten el primer abrazo de muchos que se darán en el futuro. Y Victor está bastante convencido que de ahora en adelante lo único que quiere lograr, es hacer feliz a Yuuri siempre que tenga la oportunidad.


 

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