Decimoprimero
Yuuri se da cuenta que algo no marcha del todo bien solo con verlo.
Aunque son amigos hace relativamente poco, los dos han aprendido a conocerse muy bien gracias a la convivencia mutua, motivo por el cual Victor sabe puede contar con Yuuri de manera incondicional sin excepción. Aun así se niega rotundamente a involucrarlo en los problemas familiares que se le vienen encima, todo porque no quiere darle más poder a su padre para hacerles daño.
Michail suele ser un hombre pragmático, si acaso llegaba a tomar una mala decisión respecto a algo u alguien, bajo ninguna circunstancia cedía hasta destruirlo. Y Victor esta muy asustado de que los ojos de Michail se posen sobre Yuuri en algún momento determinado... aunque primero debería pasar sobre su cadáver si acaso deseaba lastimarlo.
Si bien continúa perdido entre turbios pensamientos y eso se ve reflejado en su rostro, Yuuri se limita a caminar junto a él sin molestarlo; quizá sabe necesita tiempo, necesita espacio y, más que nada, necesita claridad mental para no caer en pánico y sabotearse a si mismo.
Lo aprecia, por supuesto, aun cuando no lo diga en voz alta pues Yuuri siempre ha sido así: comprensivo a niveles que Victor considera no ser merecedor. Porque su amigo prefiere esperar esté listo para compartir sus inquietudes, obligarlo jamás es opción.
Poco después terminan separándose, cada uno acude a aulas distintas y requieren tomar caminos propios. Y en clases no resulta ser mejor. Victor cree distraerse lo mejor posible con Inglés o Biología, más le es imposible prestar la debida atención ganándose, contra todo pronóstico, algunas amonestaciones verbales no deseadas.
Y durante la hora del almuerzo las cosas tampoco se aligeran.
Yuuri intenta limar asperezas tras darle su bento, y asegura Hiroko ha puesto cosas que Victor adora comer, entonces aquí cuando este último se pregunta con dolor cómo puede siquiera ser posible que la madre de Yuuri, a quien casi no conoce, le haga sentir más afecto que el hombre con quien ha compartido doce años de vida. Y detesta sentirse así, odia ser débil, cobarde y tan miserablemente pequeño.
Ya no lo soporta.
—Quizá no sirva de mucho, pero puedes usar esto —al inicio Victor no comprende.
La frase que Yuuri utiliza lo transporta al día en que se conocieron por primera vez; en aquella ocasión llovía, motivo por el cual ofreció prestarle una toalla.
Esa mañana, en cambio, el cielo luce despejado aunque misteriosamente siente húmedas las manos. Antes Yuuri ofrecía una toalla con la cual hubiera podido secarse el cabello, hoy en cambio es un pañuelo.
No llueve, pero Victor siente lágrimas derramarse cuesta abajo por sus frías mejillas sin parar. Y se sorprende. Ha pasado mucho tiempo desde la última ocasión en que derramó lágrimas frente a otra persona, algo en verdad hilarante. Entonces, con movimientos casi autómatas lo acepta, pero ya no puede parar. Mejor dicho, no quiere hacerlo o no puede.
Y si antes no fue su intención poner al tanto a Yuuri, ahora le suelta todo con franqueza, sin omitir detalles. Está siendo ridículo y hasta infantil, pero su mejor amigo escucha imperturbable, únicamente la continua palidez en su rostro parece demostrar cuánto le preocupa el asunto también. Aun así, contra toda racionalidad, se queda dispuesto a luchar pese a las horribles consecuencias a futuro.
—Lo siento —se disculpa y Yuuri sólo se apresura a hacerle saber no puede ser culpa suya.
—Por ahora solo nos resta apegarnos a sus planes —indica, el plural en tales palabras lo hace sentir tan aliviado, tan feliz de que Yuuri no huira porque hubiera sido lo más fácil—. Todavía nos veremos aquí. Incluso podremos hablar por teléfono siempre que se presente la oportunidad; las vídeo llamadas también son una opción.
—No será lo mismo —Victor dice resignado entre hipidos—. A veces siento que lo odio —se refiere a su padre y Yuuri sólo frunce el ceño.
—El Victor que yo conozco no es así —intenta hacerlo ver—. Mi mejor amigo es amable y bueno —Yuuri le toma de la mano—. Por favor Vitya, jamás permitas que sentimientos como esos te cieguen; así no eres tú.
Ese nuevo apelativo consigue sacudir a Victor a un nivel extraño, uno que jamás experimentó antes.
—¿Vitya? —es todo cuanto puede decir mientras esboza una sonrisa. Yuuri se pone rojo en respuesta—. Me gusta —concluye—. Gracias por escucharme, por estar aquí conmigo.
Yuuri le regala una sonrisa hermosa que lo tranquiliza en gran medida.
Hasta hoy Victor creía firmemente que pasaría por todo ese proceso por si mismo, pero ahora sabe cuenta con un pilar fundamental para buscar apoyo. Yuuri es eso y más: en él puede encontrar consuelo y ánimo.
Y jamás, ni en un millón de años, estará lo suficientemente agradecido por ello.
Comentarios
Publicar un comentario