Décimo

Fue una mañana como cualquier otra, justo antes de marcharse al colegio, que el padre de Victor lo sorprende al solicitar su presencia.

Y Victor no puede evitar ponerse alerta porque, tal petición bajo ninguna circunstancia debe augurar algo bueno. Puede contar con los dedos las veces en que ambos han logrado mantener una charla propiamente dicha sin intermediarios, y tampoco necesita ser muy inteligente para saber pronto será obligado a hacer algo contra su voluntad.

Conforme termina de prepararse, Victor se pregunta por centésima vez los motivos precursores a tan inusual situación. ¿Serán sus calificaciones? Lo duda, es el segundo estudiante con mejor promedio; Yuuri superándole apenas por unos cuantos puntos. ¿Quizá las clases de piano comenzaban a parecerle innecesarias? Pues Victor lucharía con tal de seguir cursándolas. No renunciaría otra vez a su pasión para darle gusto. Eso Yuuri se lo había enseñado durante aquellos increíbles meses.

Entonces una dolorosa punzada de terror le aguijonea la boca del estómago al considerar que fuera tras Makkachin. El caniche solía portarse bien todo el tiempo, sin embargo, a veces obedecía ciegamente su naturaleza y los jardineros terminaban volviéndose locos, todo porque enterraba cosas -o viceversa-, en diversas partes del extenso jardín perfectamente bien conservado.

Casi le dieron nauseas al pensarlo. Makkachin es la única compañía real que Victor tiene en esa casona dónde se siente prisionero cada segundo del día; no le quitaría su mayor consuelo tras haberse acostumbrado a tenerle consigo durante casi tres años. ¿Pero y si llegaba a suceder? Quizá Victor podría pedirle a Yuuri cuidarlo, los dos se adoraban y casi estaba seguro que Hiroko ni Toshiya tendrían corazón para negarse a recibirlo hasta encontrar una solución más viable.

Con un terrible nudo en la garganta, Victor se dispone a bajar las escaleras con rumbo al comedor principal, encontrándose así con aquel imponente hombre que le resulta desconocido casi por completo.

Victor tiene tanto de Michail Nikiforov. Ambos poseen una estatura privilegiadamente alta, tienen facciones casi aristócratas cuyo atractivo resulta difícil de pasar por alto, y su cabello también es del mismo tono plateado tan poco común. Pero las diferencias son, en gran medida, muy notables: sus ojos por ejemplo. Los de Victor son azules cual cielo despejado en primavera, Michail en cambio los tiene grises cual fría nube de tormenta. Y es precisamente bajo esa mirada penetrante y hosca, que Victor toma asiento justo al frente, odiando en sobremanera cómo le hace sentir: indefenso, inseguro e insignificante.

No tiene un buen presentimiento, jamás le ha fallado el instinto antes y duda comience a hacerlo ahora.

—Buenos días, padre —saluda Victor con educación. En toda respuesta sólo obtiene un ligero asentimiento.

—Señora Sasaki, ya puede comenzar a servir el desayuno —informa Michail sin pie a réplica.

No es como si alguien fuera a llevarle la contraria de todos modos.

La señora Sasaki es el ama de llaves a quien Victor necesita informar todos y cada uno de sus movimientos, ella tiene poder sobre otros empleados y prácticamente lleva las riendas de la mansión Nikiforov desde hace dos años. Poco a poco –por órdenes de ella– los platos, tazas y vasos repletos con platillos humeantes terminan siendo colocados sobre la mesa; aun así a Victor le parece todo muy insípido en comparación al delicioso sazón casero de Hiroko.

Aunque eso no es algo que pueda comentarle a su padre justo en ése momento.

—Gracias —dice al empleado que lo atiende.

Si bien todos ellos prefieren tratarlo como si fuese alguna pieza más de costosa decoración, Victor no puede evitar ser amable.

—Me han informado que últimamente pasas más tiempo del usual fuera de casa —Michail va directo al grano. Y Victor se estremece tras lanzar una mirada hacia la señora Sasaki. Ella jamás oculta información pues aquel era su trabajo—. ¿Se puede saber qué cosas requieren tanto de tu atención? —dice con cierto retintín sarcástico.

Más Victor le ignora en pos a su salud mental.

—Estoy en el club de música —le hace saber a regañadientes—. Necesitamos practicar todos los días, a veces incluso fuera del horario y necesito quedarme.

—¿Qué hay con ese chico...? —Sasaki murmura "Katsuki", ayudándole a completar la frase—. ¿También forma parte del club? Porque según tengo entendido, ustedes dos se han vuelto muy cercanos —de repente Victor ya no tiene hambre y poco o nada le interesa seguir comiendo.

—Somos compañeros —explica.

Victor hace mucho aprendió que si bien su padre jamás ha sido una figura presente, tiene ojos y oídos por todos lados; sabe cuanto hace, con quién y dónde. Mentirle no es una opción.

Y el suspiro de Michail se lo confirma.

—Eres un Nikiforov, Victor. Como tal, deberías aprender a diferenciar cuales personas son las más convenientes para ti —las palabras tienen un fuerte tinte amenazador.

Yuuri no pertenece a ninguna familia prominente, y ambos asisten al mismo colegio porque su mejor amigo tiene una beca. A percepción de Michail, Katsuki Yuuri no es adecuado ni tampoco lo será sin importar cuán duro intentara hacerlo recapacitar. Y Victor ahora está furioso. 

¿Qué derecho le da insinuarle algo así? Yuuri es el chico más amable y maravilloso que ha conocido; Michail necesitaría nacer mil veces si acaso pretendiera tener una mínima parte del gran corazón de Yuuri. ¡No puede juzgarlo tan duramente sin apenas conocerlo! ¡Es ridículo! Pero Victor también ve que su padre aprecia cuánto importaban otros, únicamente si existe una cuenta bancaria sustanciosa de por medio. Y le da lástima compartir lazos familiares con alguien tan banal.

—Yuuri es mi amigo, papá —intenta hacerlo ver.

—Por favor, no seas ridículo —suelta con reprobación y Victor siente a su corazón agrietarse otro poco.

Una cicatriz nueva se une a tantas otras del pasado.

Se supone debería haberse acostumbrado al frío trato impersonal luego de tanto, aunque todavía duele.

—¿Para qué necesitabas hablar conmigo? —ya no aguanta seguir ahí; Victor ya desea saber cuál función necesitará cumplir de ahora en más, para después marcharse y simular que nada de aquello ha pasado.

—Ya tienes doce años —anuncia como si él mismo no lo supiera—, es preciso que comiences a involucrarte con chicos de tu mismo estatus social. Es por ello que me acompañarás de ahora en adelante a reuniones o eventos donde mis colegas y socios tienen la costumbre de asistir.

—¿Cómo? —suelta sin podérselo creer.

—Escuchaste bien —Michail se niega a repetir—. Lo hago por tu propio bienestar, ¿me doy a entender?

No, no entiende nada pero igual mantiene la boca cerrada en pos a las buenas formas.

Y Victor aprieta las manos bajo la mesa. Si acepta, entonces Yuuri y él difícilmente podrán verse cuando las clases concluyan e, incluso, sus visitas a Yutopia acabarán desapareciendo por completo. ¡Era tan injusto!

Aunque igual no tiene muchas opciones a disposición.

—¿Y mis ensayos? —consulta con impotencia.

—Déjalos —exhorta su padre tras ponerse la chaqueta. Victor lo mira horrorizado—. Y si tanto te importan, descubre cómo seguir en ellos dentro del horario escolar —luego le ignora categóricamente—. Señora Sasaki, encárguese de adquirir un guardarropa nuevo lo más pronto posible. Tenemos pendiente un juego de golf con varios accionistas importantes que desean invertir en mi compañía: lo necesito presentable para entonces.

—Como usted ordene, señor —ella indica.

—Y Victor —señala antes de salir—...espero sepas comportarte.

Victor se muerde el labio inferior hasta que casi lo hace sangrar, la evidencia de su fragilidad terriblemente más clara mientras su padre termina de irse, luciendo aterrador e imponente. 

Michail ha descubierto dónde golpearlo a manera que haga daño y Victor no debe hacer otra cosa que aguantar. Si acaso quiere proteger su amistad con Yuuri, de ahora en adelante necesita ser inteligente y seguir encerrado en esa jaula por voluntad propia sin replicar. No hay otro modo.

Alguna vez escuchó decir que todos en la vida tienen un propósito a cumplir; desgraciadamente, Michail Nikiforov ha encontrado el suyo a pesar de la total reticencia de Victor para cumplirlo.

 

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