Decimoquinto

El tiempo discurre con gran rapidez, y pronto Diciembre cubre a Hasetsu entre finas capas de nieve.

Los primeros frentes fríos instan a todos a portar abrigos o ropa gruesa, para combatir el viento helado que se cuela inmisericorde allá donde le sea posible. También, con la llegada del invierno comienza el típico ambiente festivo tan común en dicha época del año, pero Victor, tal como siempre, no está particularmente interesado pues pasará Navidad con Makkachin, quien ocupa casi todo su tiempo y energías en dormir cual oso perezoso cada que tiene oportunidad. 

A veces el ruso envidia un poco la simple vida de un caniche consentido.

Igual no es como si fuese tan distinto a otros años; Michail ha planeado ya un importante viaje de negocios a quién sabía dónde, motivo por el cual terminará marchándose casi todo el mes. Y, a decir verdad, poco o nada le interesa tal detalle. Podrá irse un año entero y Victor no lo extrañaría en absoluto.

Quedarse solo a semejantes alturas ya le parece normal.

Tal vez el único problema radica en que las vacaciones comenzaron hace dos semanas, gracias a eso sólo puede hablar con Yuuri por medio de llamadas telefónicas ocasionales. Victor gusta de escuchar cada actividad realizada por su mejor amigo durante el día, cuyas horas se le ven divididas entre los entrenamientos y su trabajo a tiempo parcial en el onsen. Según cuenta, Yutopia tiene mucha fluctuación de gente dado al clima, y a veces no se dan abasto entre una ocupación u otra. También dice su entrenador ha comenzado a ejercer cada vez mayor presión pues falta poco para la evaluación ante el miembro oficial de la ISU.

Y Victor se preocupa de nuevo; Yuuri suena cansado, muy cansado conforme habla sobre la prueba, cuándo será y cuán impaciente está por demostrarles sus habilidades. Él alienta todas esas ideas, por supuesto, aun así también le recuerda al chico Katsuki necesita tomarse las cosas con calma sin exigirse demasiado, recordándole necesitará un merecido descanso una vez todo aquello termine. Yuuri lo promete otra vez brindando así cierta tranquilidad al ruso.

—Sólo ten cuidado —pide con resignación.

—Lo haré —asegura—. Por cierto, ¿tienes algún plan para Navidad? Sé que tu cumpleaños es en ésa fecha y quisiera darte un obsequio —Yuuri siempre se las arregla para sorprenderlo.

Victor agradece la buena intención, pero le hace saber no necesita algo en especial, además posiblemente Michail tampoco le permitiría salir de casa de todos modos. Empero, Yuuri continua insistiendo hasta conseguir que reconsidere la situación. Sí, puede intentar pedir permiso; desde hace dos meses ha cumplido sin rechistar una sola vez cada orden impuesta, por tanto supone que para su cumpleaños número trece al menos le sea factible apelar a tal concesión. Y ésa misma tarde 

Victor se comunica al número que se le asignó sólo para él si necesitaba cualquier cosa, aunque al final termina manteniendo una charla educada con el diplomático asistente de su padre, al cual conoce sólo mediante vía telefónica desde hace tres años. Éste asegura le hará llegar dicho mensaje cuando tenga oportunidad, cosa que ocurre horas después.

Gracias a todos los cielos, Michail acepta. Pero Victor ha necesitado mentir para lograrlo: dijo pasaría las fiestas con algunos amigos –chicos aprobados por su padre cuyas familias pudientes le agradan– más la realidad es otra muy distinta. Ellos no son importantes, Yuuri en cambio sí. De este modo Victor prepara una mochila con lo necesario, también se llevará consigo a Makkachin pues no tiene corazón para abandonarlo en una casa solitaria durante dos días, menos aun porque por tales entonces los dos comenzaron a formar parte de la vida del otro. Se lo debe.

Tras hacerle saber a Yuuri los planes a seguir, su amigo pide verlo dónde solían reunirse al ir juntos a la escuela dos meses atrás.

Ahora sólo les resta esperar.

Cada día pasa lento para Victor entre lecturas de libros pendientes, y ensayos de algunas piezas musicales que todavía necesita perfeccionar, hasta que el calendario marca veinticinco de Diciembre. Ésa mañana los recibe con blanca nieve que brilla bajo los tenues rayos del sol y temperaturas en verdad frías, pero Victor no se desanima en lo absoluto. Tras desayunar algo rápido, sube a su dormitorio, se abriga a conciencia, toma su mochila, la correa de Makkachin e inmediatamente procede a marcharse sin dudarlo dos veces. Una vez fuera, Makkachin revolotea feliz por abandonar el encierro sin notar demasiado la escarcha bajo sus patitas, tanto que consigue hacerlo sonreír. 

Entonces su mascota comienza a tironear con cada vez mayor insistencia de la correa, pues en algún punto del camino reconoce Yuuri anda por ahí cerca.

El trayecto se reduce a sólo veinte minutos, pero ambos lo sienten como una eternidad hasta que distinguen a Yuuri parado casualmente mientras espera; lleva puesto un gorro de lana azul, gruesa bufanda café y abrigo a juego. En algún punto indeterminado Makkachin logra soltarse sin hacer caso a los regaños de Victor y corre hacia Yuuri para colmarlo de atenciones.

—Veo que se han extrañado, ¿verdad? —Yuuri suelta una carcajada ante las gracias del caniche.

—¡Por supuesto! —dice acariciando la cabeza del perro con cariño—. Pero no es el único a quien he echado de menos —levantándose, lo abrazó. Yuuri tiene la nariz roja gracias a las bajas temperaturas pero parece no importarle y, a Victor, mucho menos—. ¿Listo para irnos? Mamá estaba preparando Katsudon cuando vine a buscarte.

—Oh, ¿en verdad? —pregunta emocionado mientras se dirigen con rumbo a Yutopia.

—Por supuesto —entonces Victor ve los ojos de su mejor amigo iluminarse—. Tengo preparada una sorpresa para ti —confiesa—. Ya sabes, por tu cumpleaños.

Victor le mira con gran cariño.

—No hace falta —le recuerda de nuevo—. ¿Sabes? considero que tenerte a mi lado es el mejor regalo posible —Yuuri detiene sus pasos con brusquedad y, cuando Victor se gira a mirarlo, puede notar tiene las mejillas de un rojo brillante difícil de pasar por alto, no obstante lo atribuye al clima.

—¡Aun así no arruinarás mi sorpresa, Victor Nikiforov! —el aludido sólo apresura el paso disponiéndose a caminar a la par que el otro muchacho, pues éste creyó buena idea casi salir corriendo gracias a la vergüenza.

Victor se ríe, los ladridos de Makkachin les acompañan y, sin lugar a dudas, ése va a ser uno de los cumpleaños más felices que el adolescente ruso tendrá luego de mucho, mucho tiempo en soledad.

Y todo gracias a Yuuri.

Siempre es gracias a Yuuri.

                                      

 

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