Decimosexto

Aquel ha resultado ser uno de los mejores días en la vida de Victor.

En primera instancia, como Yuuri no tiene certeza alguna sobre si podrán verse otra vez con libertad antes de regresar al colegio, le recomienda visitar un templo para orar un poco en agradecimiento por todas las cosas que les ha tocado vivir juntos hasta ése momento. 

Según Yuuri le cuenta, hacer esto es una tradición muy popular en Japón, la cual se denomina Hatsumode[1] y suele llevarse a cabo los primeros días de Enero. Si bien hace mucho Victor no cree en Dios o cualquier idea parecida, nunca antes visitó un templo o santuario sintoísta, motivo por el cual accede sin pensárselo dos veces.

Además en Hasetsu todavía hay muchos lugares que aun desconoce, y con la emoción de llevar a cabo dicha aventura, los dos caminan casi treinta minutos hacia uno de los tres templos disponibles, ubicado cerca de una zona boscosa en un sitio llamado Pinar de Arcoírs[2], área generalmente utilizada por campistas en primavera o verano.

Conforme siguen el sendero cubierto de gigantescos árboles milenarios, Victor pregunta más respecto a las costumbres típicas Japonesas durante aquellas fechas. Yuuri explica con gran paciencia los detalles relacionados al tema y, así mismo, se interesa por Rusia. 

Victor asegura haber sido demasiado pequeño cuando abandonó dicho país, así que hay cosas difíciles de recordar, más intenta describirle a su mejor amigo cómo funcionan las cosas allá. Yuuri siempre ha sido un gran oyente y presta atención a todo cuanto le dice, hasta que topan con una notable bifurcación en el sendero, a todavía muchos kilómetros de la playa opuesta de dónde ambos pasaban tiempo juntos semanas atrás.

El templo en si es pequeño comparado a otros más llamativos, Tokio o Hokkaido son claros ejemplos, aún así no deja de ser hermoso a la vista. Los dos adolescentes, acompañados por Makkachin, prosiguen su marcha dándose cuenta tienen preparado ya el sitio para la tremenda fluctuación de gente que acudirá: las linternas torno al camino adoquinado son muestras evidentes.

Una vez llegan al primer punto importante, Victor no sabe cómo actuar, qué decir o hacer. Yuuri, sonriendo divertido, le indica sólo necesita mover tres veces los enormes cascabeles sobre sus cabezas para iniciar o concluir su plegaria.

—¿Puede ser lo que yo quiera? —le interesa saber.

—Es tu cumpleaños Vitya, por supuesto puedes pedir cualquier cosa —Yuuri se ríe—. O agradecer algo en particular es válido también.

—De acuerdo.

Tras mover ambos cascabeles, Victor da las gracias por  encontrar a Yuuri cuando más lo necesitaba: en ése momento de su vida en el cual se sentía tan solo y apartado del mundo. 

Dio gracias porque su mejor amigo es una persona maravillosa, alguien capaz de hacerlo disfrutar cada nuevo día, por permitirle experimentar tantos sentimientos y emociones que colman su alma de infinita felicidad. Porque si Yuuri esta ahí para sostenerlo cuando las cosas van mal –o viceversa–, entonces Victor se cree capaz de sortear cualquier obstáculo o adversidad venidera.

También, incluso apelando a su lado egoísta –uno bastante grande–, ruega seguir teniendo al chico Katsuki como una constante en aquel mundo que gira y cambia cada segundo, pues desde hace tiempo ha concluido Yuuri le brinda incontables regalos o, mejor dicho, maravillas que construyen gran parte de la relación entre ambos volviéndola cada vez más fuerte. 

Y Victor anhela convertirse en un hombre de bien cuando sea mayor, una vez consiga escapar de la jaula dónde vive recluido, buscará hacer sentir orgulloso a Yuuri correspondiéndole así al menos una mínima parte de cuanto ha hecho por él. Porque gracias al otro muchacho ahora  sabe nada se divide entre blanco o negro, ni tampoco insípidos matices de gris. Antes bien colorea su mundo con suaves colores que antes desconocía.

Victor suspira luego de terminar, ganándose una mirada curiosa por parte de Yuuri, quien acariciaba a Makkachin para calmarlo pues el ruido consigue asustarlo un poco.

—Tardaste un poco—dice a manera de broma—. ¿Puedo preguntar?

—Si te lo cuento, entonces ya no se hará realidad —le guiña un ojo ganándose en respuesta un asentimiento avergonzado—. Ven, vamos por unas cuantas ema[3], he leído sobre ellas y quiero escribir algo en una contigo —tomándole la mano, le guía hasta dónde cree pueden vender dichas tablillas de madera.

Tras adquirir tres, escriben un deseo personal independiente: Victor pide seguir cursando sus estudios en la misma escuela hasta graduarse, Yuuri por otro lado, solicita obtener con éxito la certificación oficial pasando así a formar parte del equipo Japonés de patinaje artístico sobre hielo. 

La última tablilla terminan llenándola juntos, pues es algo que esperan se haga realidad en conjunto y así, una vez terminan, las colocan en un espacio amplio destinado exclusivamente para ellas. Ahora el sitio está vacío, pero no les importa. Entonces, despidiéndose del amable encargado que los recibió, Victor, Yuuri y Makkachin proceden a marcharse.

—Eso fue divertido —Victor le concede razón.

Luego, repleto de latente curiosidad busca saber:

—¿Traerme aquí es la sorpresa que planeaste? —indaga  y el joven de ojos avellanas mueve la cabeza en negación—. ¿No? Oh vamos Yuuri, dime...

—Cuando lleguemos a casa lo sabrás —es todo cuanto revela.

Entonces el comentario termina calándole hondo. Alguna vez leyó en un libro que el hogar es ése lugar especial dónde se encuentra nuestro corazón, y ahora entiende cuánta verdad encierran tales palabras.

Porque Yuuri siempre ha significado eso y más para él, en todos los aspectos posibles.

***


[1]Es un término en el sintoísmo que se refiere a la primera visita de un santuario u templo al comenzar el año nuevo.

[2]Como he repetido en mis otros fics, me baso en Karatsu para escenificar el fic, pues Hasetsu fue inspirada en esta ciudad. Entonces, el Pinar de Arcoirís consiste en una franja de 5 km de largo y 1 km de ancho, dónde se alzan más de un millón de pinos que bordean la carretera marítima. Ignoro si hay un templo ahí o si se puede acceder a pie a la zona, pero usemos la imaginación :3

[3]Estas tablillas sirven para hacerles llegar nuestros deseos a los dioses o espíritus sintoístas (kami). Para conseguir su favor, tenemos que escribir nuestros deseos en uno de los lados de la tablilla y colgarla en el santuario, donde posteriormente será quemada para que este deseo les llegue alto y claro a los dioses.

                                          

 

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