Decimoctavo

Victor sabía que ausentarse del colegio tal cómo estaban las cosas con su padre bien podría considerarse una idea muy, muy estúpida, pero interesándole poco cuáles consecuencias debería enfrentar después, terminó haciéndolo de todos modos.

En realidad, jamás necesitó faltar a no ser que un resfriado especialmente malo le impidiera levantarse de la cama, y tampoco se planteó antes tal posibilidad sólo para oponerse a las reglas. Pero esa mañana Yuuri tendría su prueba de certificación y quería estar presente para brindarle apoyo a su mejor amigo, quien había sufrido algunos cuadros bastante fuertes de ansiedad porque no supo cómo lidiar con tanta presión acumulada.

En el tiempo que se conocían, Victor aprendió a ser demasiado consciente respecto a que Yuuri podía llegar a ser en extremo inestable, si creía que las cosas lo terminarían sobrepasando. Además solía ser demasiado perfeccionista cuando se trataba del Patinaje Artístico, empujándose a si mismo hasta límites demasiado peligrosos. 

Gracias a ello, el ruso varias veces necesitó contribuir a tranquilizarlo mediante llamadas telefónicas pues, luego de Navidad, debió regresar otra vez al sitio dónde su padre lo mantenía vigilado casi todo el maldito tiempo. Entonces, si la situación terminaba poniéndose demasiado fea, Hiroko se comunicaba con él porque si bien Yuuri reaccionaba positivamente al amor de su familia, también necesitaba escucharle a él.

Y sí, Victor había visto a Yuuri desmoronarse un montón de veces antes, o incluso enfadarse consigo mismo porque los componentes técnicos de su patinaje no eran tan buenos como a él realmente le hubiesen gustado, más nunca así.

Por ejemplo, en una de ésas horribles ocasiones, su teléfono comenzó a sonar muy tarde por la noche, despertándolo. 

Tras comprobar de quién se trataba, se asustó porque según el identificador era Yuuri, razón por la cual contestó sin pensárselo dos veces pues seguro debía ser algo importante; más al atender no escuchó la familiar voz de Yuuri hablándole con suavidad, sino la de Hiroko, cuya tonalidad repleta de cruda desesperación le hizo ponerse en alerta. 

Ella, a grueso modo, le explicó qué ocurría mientras Yuuri lloraba con inmensa pena al fondo, y Victor temió algo terrible hubiera ocurrido en verdad.

—Lo lamento tanto, Vicchan —se disculpó ella—; pero necesitamos tu ayuda. Yuuri ha estado en esta misma situación durante horas y no sabemos qué más hacer para calmarlo, entonces Toshiya pensó en ti —dijo casi suplicante—. Habla con él, por favor...

Victor no dudó dos veces en hacerlo, por supuesto. Mientras esperaba con una gran ansiedad atenazándole la boca del estómago su mejor amigo tomase el aparato, se preguntó qué rayos pudo hacer a Yuuri derrumbarse de semejante manera. 

Sin embargo, no tuvo tiempo a pensar alguna respuesta lógica porque oyó al chico Katsuki sollozar como si todas las cosas buenas  se hubiesen desvanecido del planeta, dejándole sólo tristeza y dolor. 

Entonces tomó aire... aquella sería una noche muy larga, pero no dejaría a Yuuri hasta que recuperase la calma perdida.

—Hey —saludó con gran tacto—. ¿Qué ocurre, zolotze[1] ? —cuando el otro muchacho se negó a decir nada, procedió de otra manera—. Está bien si no quieres contármelo, sólo céntrate en mi voz ¿bien? —pidió conforme maquinaba a toda velocidad cualquier tema que lograra relajarlo—. Makkachin te extraña —reveló casual—. Últimamente no se ha portado muy bien, ¿sabes? El personal se queja conmigo porque suele robar comida de la cocina cuando tiene oportunidad; seguro extraña los premios que le dabas antes, ¿recuerdas?

Un pequeño silencio llenó la comunicación, antes de obtener alguna respuesta.

—M-me advertiste que iba a m-mal acostumbrarse —Yuuri contestó al fin con voz entrecortada—. L-lo siento...

Victor creyó que podría volver a respirar normalmente al oírlo hablar.

—Si vamos a volcar alguna responsabilidad, que sea sobre Makkachin —bromeó y su mascota sólo movió el rabo tras escuchar su nombre—. Es demasiado adorable y ni siquiera yo puedo luchar contra eso —el joven Katsuki soltó un amago de risa pequeña y húmeda —. Eso es, Yuuri: siempre sonríe —al parecer estas fueron las palabras correctas, porque su amigo reaccionó al instante y comenzó a exteriorizar todas sus inquietudes.

Una vez que comenzó le resultó imposible parar.

Y quizá para otros podrían ser insignificantes los motivos que le dio para terminar así, pero Victor lo comprendió bien pues experimentó dicha sensación en carne propia y sabía que tener miedo nublaba cualquier pensamiento racional, eliminando así cada vestigio de mínima esperanza o seguridad. Yuuri experimentaba un pánico tremendo a fallar cuando fuese momento de presentarse ante el empleado de la ISU, porque su gran sueño se vería perjudicado si cometía algún error garrafal durante el proceso.

Porque todas las ilusiones, trabajo duro y esfuerzo invertidos durante tantos meses podrían diluirse como espuma si acaso se equivocaba.

Victor escuchó con gran paciencia todo cuanto él precisó desahogar, su corazón partiéndose en mil pedazos al saber que Yuuri estaba sufriendo y no era, ni remotamente capaz, de hacer ninguna otra cosa que confortarlo a distancia. 

Se sintió impotente y disgustado con esa situación, pues se prometió a si mismo hacer feliz a quien fue capaz de mostrarle cuán hermoso podía llegar a ser el mundo; este mundo dónde encontró cosas maravillosas por las cuales valía la pena seguir luchando.

Y se lo dijo. Tardó al menos tres o cuatro horas en convencerlo, pero se quedó justo ahí hasta que el sol comenzó a emerger entre las cortinas de su dormitorio, sin embargo, ni el sueño perdido ni mucho menos el cansancio le hicieron arrepentirse.

En las buenas y en las malas iba a quedarse con él.

Cuando Yuuri al fin se quedó dormido, totalmente agotado tras tantas emociones encontradas, Hiroko procedió a expresarle su sincera gratitud casi al borde de las lágrimas, por ser tan bueno con su hijo pequeño y apoyarle cuando más lo necesitaba. Victor le aseguró hacia todo esto con gusto pues Yuuri era la persona más importante en su vida.

Luego de aquel episodio, casi no tuvieron oportunidad para hablar pues Yuuri, terco hasta rayar lo inverosímil, se dedicó a entrenar sin descanso enfrascándose en llevar a cabo su rutina cada vez mejor. 

Vía mensajes de texto le aseguraba al ruso se encontraba bien y, que ésa noche especialmente mala, perdió control sobre si mismo porque leyó en internet comentarios bastante aterradores acerca de la persona a la cual asignaron su prueba. Victor, por obvias razones, no le creyó alegándole varias veces tuviera cuidado pues le preocupaba su condición física y mental.

Yuuri era como una olla de alta presión: si explotaba, entonces no quería ni pensar en los daños a cuantificar. Victor sabía cuánta resistencia Yuuri poseía, a pesar de ello, cualquier persona tarde o temprano alcanzaba un punto de quiebre.

Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Aquel día en particular, Victor necesitó acudir al colegio pese a encontrarse todavía en temporada vacacional, todo porque los chicos pertenecientes al club de música creyeron buena idea comenzar el armado de los programas a seguir durante el próximo ciclo escolar, cosa que utilizó como una muy buena excusa para escabullirse y ver a Yuuri. 

Desafortunadamente, nada más cruzó las puertas del recinto, encontró un panorama en extremo desalentador.

El chico de ojos avellanas lucía a punto de desmoronarse gracias al cansancio, y Victor se dio una gran idea sobre que no se había quitado los patines desde muy temprano ésa misma mañana, e inclusive tampoco planeaba hacerlo pronto. 

Victor, siempre al tanto de cada ínfimo detalle relacionado con Yuuri, alcanzó a escuchar los comentarios nada amigables que el  entrenador le profería, pues según éste decía sin tacto ni modales, necesitaba hacer todo con extrema limpieza o podría irse despidiendo de su tan anhelado sueño antes siquiera que comenzara.

Esto en verdad enfureció a Victor. Les costó demasiado trabajo levantarle los ánimos a Yuuri desde aquella vez que lloró hasta quedarse dormido gracias al agotamiento emocional, que sintió unos deseos terribles de apartarlo de aquel hombre y llevárselo dónde nada ni nadie pudiera dañarlo. 

No obstante, tras reparar en su presencia y comprender sus intenciones, Yuuri negó pidiéndole en total silencio se mantuviera al margen o ambos acabarían perjudicados.

Victor apenas logró contenerse, pero para cuando Yuuri repasó una vez más su rutina bajo la constante mirada del entrenador idiota, fue obvio le resultaba imposible seguir porque falló cada salto hasta que no pudo volver a levantarse por cuenta propia. 

E importándole un cuerno molestar al único hombre mayor ahí presente, Victor entró a la pista dirigiéndose cual flecha al sitio dónde Yuuri terminó arrodillándose sin mover un sólo músculo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó al examinarlo para verificar si tenía alguna herida grave producto de las caídas. Y se angustió todavía más, pues Yuuri se cubría el rostro con ambas manos casi como si le doliera contemplar el hielo frente a ellos—. Escucha, voy a sacarte de aquí —dijo tras sujetarlo del hombro, sin recibir ninguna clase de rechazo por ello.

—Vitya...

—Si, soy yo —le murmuró con cariño—. ¿Puedes ponerte en pie? —Yuuri asintió sin apenas mirarlo—. Vamos, apóyate en mi, te llevaré a casa —el otro chico dejó escapar un suspiro aliviado ante su propuesta.

Y aferró al muchacho más bajo por la cintura brindándole mayor estabilidad, conforme ambos avanzaron a paso lento hasta la salida del rink.

En resultado a su abrupta intromisión, Victor mantuvo una discusión bastante subida de tono con el entrenador porque no quiso dejar a Yuuri marcharse, alegando todavía les faltaba pulir los últimos detalles antes del gran día. No obstante, al ruso ningún argumento le parecía válido porque lo ignoró categóricamente llevándoselo consigo, entre gritos y amenazas. 

Durante algún punto determinado, Yuuri se aferró a él con tanta fuerza que Victor casi lo guió de regreso a Yutopia, dónde Hiroko ya les esperaba pues fue puesta al tanto mediante una simple llamada. 

Una vez arribaron, la madre del otro adolescente abrazó a Victor agradecida, pues Yuuri apenas lograba mantenerse en pie gracias al cansancio, tanto así que tropezó dos veces sin poderlo evitar dándoles a entender en su condición jamás hubiese conseguido llegar con bien a casa por si mismo.

A Victor le hubiera gustado quedarse, pero no pudo porque levantar demasiadas sospechas en Michail no le favorecería en absoluto. Después, el resto de la semana fue un verdadero infierno para él, que se dividió entre mantener la cabeza fría, preguntándose a cada momento si Yuuri era sincero al asegurar tenía todo bajo control tras tomar tiempo para descansar y reponer energías, o seguir preocupándose. 

Victor en serio quiso creerle, pero como siempre este resultaba ser su mayor debilidad para con Yuuri: pocas veces dudaba de él.

Así, cuando la fecha tan esperada llegó, el ruso siguió la misma rutina tal cual solía hacerlo en sus horas escolares y se dispuso a marcharse al colegio, sólo que no acudiría a sus clases regulares: iba rumbo al Ice Castle.

Y mientras alcanzaba a vislumbrar la estructura del edificio erguirse a lo lejos, puso toda su fe en que todo saldría bien.

Porque Yuuri merecía en verdad ganarse aquella certificación y él, por supuesto, no planeaba perdérsela por nada.


Capítulos

Comentarios