Cuarto
Llueve a cántaros cuando los dos se conocen.
Una fuerte tormenta tropical azota las playas de Hasetsu, obligando a los lugareños a cesar toda actividad hasta nuevo aviso. Aunque los vientos aún no son lo bastante fuertes como para impedirles autonomía, Protección Civil advierte que se deben extremar precauciones.
Temen la posibilidad de que un tifón o, peor aún, un huracán toque tierra en cuestión de semanas.
A pesar del grado de peligro, Victor ama los días así: cuando la brisa es fresca y las gotas de lluvia se impactan contra el suelo. Eso le permite detectar tantos sonidos que, si se lo propone, es capaz de convertirlos en una hermosa canción.
Sin embargo, al salir de la escuela, Victor se ve sorprendido por un aguacero mientras regresa a casa. Aunque puede llamar a un chofer para que lo recoja, prefiere caminar, lo que lo deja empapado en cuestión de minutos.
Así que corre por las calles desiertas con la esperanza de encontrar donde resguardarse hasta que la lluvia amaine. Y encuentra un pequeño quiosco, al cual corre de inmediato.
Y es allí donde lo ve por primera vez.
Victor no es el único que ha pensado en refugiarse en el desvencijado quiosco. Junto a él, bajo la protección de la pequeña estructura, se encuentra otro chico. Su uniforme es idéntico al de Victor, y sus tímidos ojos avellana lo observan con curiosidad.
Victor lo mira también, sin disimulo, mientras el chico simplemente mueve la cabeza en un gesto de educación y le saluda. A diferencia de Victor, este joven parece seco; tal vez llegó mucho antes de la tormenta.
Sin saber muy bien cómo actuar, Victor mete las manos en los bolsillos de su pantalón, que están llenos de agua, y se mueve inquieto.
—Lamento importunar —dice Victor, consciente de que está siendo ridículo; después de todo, están en un lugar público—. Me sorprendió la lluvia de camino a casa.
El acento marcado en su voz lo delata, y Victor detesta eso.
—Como a todos —responde el otro con amabilidad—. Es muy común en esta época del año —Le hace saber.
—¿Si? —comienza con una sonrisa—. Relativamente soy nuevo en la ciudad, así que cualquier cosa que me ayude es bien recibida. No me gustaría parecer un turista mal informado.
El otro muchacho se ríe y, sin saber si está alucinando o no, Victor cree oír música; la misma música que crea con sus dedos al tocar el piano.
—Eso sería malo, ¿verdad?
—¿Cómo te llamas? —quiere saber, curioso—. Yo soy Victor. Victor Nikiforov.
—Lo sé — responde con simpleza, lo que confunde a Victor—. Mi nombre es Yuuri. Katsuki Yuuri.
Victor está a punto de responder, pero se le escapa un estornudo sin querer.
—Perdona —murmura avergonzado.
El clima ha comenzado a refrescar y la ropa de Victor se siente muy fría. Entonces, Yuuri se le acerca con una toalla en la mano, la cual saca de la mochila deportiva que, hasta ese instante, Victor nota que lleva colgada al hombro.
—Te parecerá un poco raro pero, si quieres, puedes usar esto. Aunque tal vez no sea de gran ayuda...
Victor toma la toalla, agradecido, sintiéndose abrumado por la buena voluntad de aquel desconocido.
Eso lleva a que pasen los siguientes tres cuartos de hora viendo el agua caer mientras hablan. Pese a que son dos extraños, en cuestión de minutos sienten como si se conocieran desde siempre; una situación que parece ir más allá de toda lógica.
No obstante, en ese mundo que se diluye más allá entre grandes cantidades de lluvia, sin saberlo, sin apenas sospecharlo, Victor ha encontrado la fuente de todas las maravillas que experimentará por el resto de su vida.
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