Tercero
En su cumpleaños número doce, Victor, decidido, plantea la posibilidad de asistir a la escuela como cualquier otro chico normal.
Quizás haberle hecho llegar esta petición a su padre a través del nuevo asistente personal que lo acompaña a todos lados no fue la mejor idea, aunque sí efectiva en términos de practicidad.
Con el tiempo, Victor ha aprendido que tratar con Michail nunca será fácil. Y solicitar algo a veces termina convirtiéndose en una gran formalidad. En ocasiones, lo trata como si fuera un empleado más en su nómina.
Pero a Victor ya no le importa. Desde hace algunos meses, ha estado decidido a continuar sus estudios básicos fuera de los muros que lo mantienen prisionero las veinticuatro horas del día.
Siente que ha perfeccionado suficientemente el idioma para valerse por sí mismo, y le parece ridículo seguir encerrado cuando ya puede interactuar con otras personas sin parecer un turista.
Además, sabe que el encierro eventualmente lo volverá loco.
Desde que llegaron, sabe que el lugar donde viven se llama Hasetsu: una ciudad costera con un alto potencial para los negocios marítimos, que en su mayoría constituyen la principal fuente de ingresos.
Victor no conoce mucho del lugar, rara vez puede salir y todo lo que anhela es recorrerlo a voluntad si le conceden su deseo. Sorprendentemente para él, una mañana su padre acepta la propuesta sin oponer resistencia, haciéndolo feliz por primera vez en años.
Un empleado se encarga del papeleo correspondiente, y unos días después, Victor ya figura entre los alumnos de la secundaria mejor pagada del lugar.
Según puede ver en Internet, la escuela tiene un excelente nivel académico, así como instalaciones para deportes, música, teatro e incluso patinaje sobre hielo.
Hace años, Victor abandonó los patines para dedicarse al piano, así que descarta la posibilidad de unirse al equipo de patinaje. Él planea ir a estudiar, relacionarse con otros chicos e intentar ser normal. Está tan ansioso por comenzar que, esa noche, apenas logra conciliar el sueño.
Makkachin también lo nota y se remueve inquieto sobre la cama mientras trata de llamar su atención.
—Lo siento, amigo, no lo puedo evitar —dice mientras acaricia la cabeza de Makkachin en consuelo.
Demostrándole su afecto, Makka le lame las manos con cariño, reconfortándolo. Están juntos en esto.
Así, su primer día de clases comienza temprano y Victor siente que va a explotar de la emoción.
En compañía del asistente personal de su padre, mantiene una charla formal con el director, quien procede a recitarle los reglamentos vigentes y cómo funciona todo en el plantel.
Victor asiente solícito a cada nueva indicación; ya lleva puesto el uniforme, lo que lo hace sentir un poco incómodo, sobre todo porque lo han obligado a mantener su cabello atado, ya que no permiten llevarlo de otra manera si sobrepasa el nivel de la nuca.
A pesar de ello, Victor obedece, porque no quiere meterse en problemas.
Cuando el profesor de la clase lo presenta en el aula, sus ahora compañeros lo miran un poco intimidados. Esto no sorprende a Victor; es alto para su edad, tiene un color de cabello inusual, su piel pálida contrasta con el oscuro uniforme y sus ojos azules llaman demasiado la atención.
A pesar de ello, se esfuerza por ser amable con todos, y luego procede a tomar asiento con tal de que la lección del día sea impartida.
Victor cree que la experiencia será genial, pero no encuentra palabras suficientes con las cuales describir lo que realmente siente. Disfruta cada parte de ella, especialmente al encontrar un aula completa para tocar el piano en sus tiempos libres.
Pronto necesitará inscribirse en el club de música si desea tener acceso ilimitado, algo que, sin dudas, hará pronto.
Los días pasan y Victor se acostumbra a una nueva rutina que lo hace sentir bien consigo mismo. Está tan feliz que desea no enfrentar nuevos cambios en su vida. Sin embargo, sabe que las cosas siempre cambian, fluctúan y se mueven en varias direcciones, lo que trae consigo incontables sorpresas.
Y ese verano terminará por descubrirlo.
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