Vigesimoprimero

 Apenas han pasado tres días desde que su padre lo excluyera por completo del mundo exterior y Victor creé, sin exagerar demasiado, terminará volviéndose loco.

Pero no es únicamente por el encierro continuo, sino también porque a tales alturas puede imaginar cómo debe sentirse Yuuri luego de haber perdido contacto total con él: preocupado hasta los huesos y casi al borde de un ataque nervioso, eso es seguro. 

Además, su padre -quien decide permanecer más tiempo en casa- se dedica a repetirle hasta el cansancio Yuuri ni siquiera ha intentado buscarle, actitud que sólo refuerza la teoría de que sólo decía ser su amigo por puro interés. Las palabras le calan hondo, sin embargo, Victor jamás le va a creer porque conoce a Yuuri.

Todo fue real, cada momento compartido juntos se sintió honesto, sin segundas malas intenciones o algo similar. Y le importa un bledo si resulta ser correcto o incorrecto sentirse así en cuanto a Yuuri se refiere. 

Victor guardará en su memoria con especial cariño la manera en como él sonríe, y la forma en que lo hizo feliz aunque fuera por un corto período de tiempo. Porque Michail podría mandarlo al otro lado del mundo si así lo considera necesario, mas los recuerdos le pertenecen sólo a él y nada ni nadie se los quitará nunca.

De igual manera, si Yuuri -apelando a su horrible lado testarudo- hubiese hecho acto de presencia, Michail no le habría permitido verlo bajo ninguna circunstancia, debido a ello, Victor se aferra a creer la situación está totalmente fuera del alcance de los dos. 

Y sí, también ha pensado escapar en más de una ocasión, pero Michail tiene grandes influencias por todo Hasetsu y encontrarle sería demasiado fácil. Asimismo, la casa parece una total fortaleza y correría grandes probabilidades de fracturarse algo, si acaso intentaba saltar la gran reja metálica del jardín.

Si bien hay un hueco que Makkachin cavó meses atrás, no es lo bastante ancho para permitirle cruzar sin terminar atorado entre un lado y otro de la propiedad. Victor podría hacerlo más grande, pero de día llamaría demasiado la atención, y durante las noches apenas cuenta con veinte minutos entre los cambios que el personal suele hacer entre turnos. Es caso perdido.

Y hablando de Makkachin, no sabe qué hacer con él.

Victor se marchará a Suiza dentro de poco, e ignora cuál será la suerte del caniche hasta su improbable retorno en quién sabía cuántos años. Los dos resultan ser tan dependientes del otro, que casi puede asegurar Makkachin terminaría muriéndose de tristeza sin él; y no piensa permitir que algo así ocurra. Si Victor no puede librarse de vivir bajo el constante yugo de Michail, su mascota sí que lo hará.

Tiene un plan, es terriblemente improvisado, pero tal vez funcione.

Un día antes a su inaplazable marcha, Victor se dedica por entero a consentir al travieso caniche. Juegan con sus juguetes favoritos, se tumban sobre el césped para disfrutar del poco sol que un mes tan frío como Enero puede ofrecer, y luego pasan horas frente a la chimenea dormitando como dos lirones. 

Victor quiere aprovechar cada segundo del amor incondicional que sólo su adorada mascota es capaz de ofrecerle. Y cuando la noche al fin cae, cuando supone no enfrentará peligro alguno, se levanta sin hacer ningún ruido para guardar ciertas cosas en un pequeño bolso que ata en el collar de Makkachin: son dos cartas y una memoria USB.

Luego abandonan la habitación con total sigilo.

Tras bajar las escaleras agradece al cielo ni una sola alma parece rondar por ahí cerca, y sale al jardín trasero donde camina una buena distancia, hasta encontrar lo que busca justo detrás de tres matorrales recién podados. Hace frío, el cielo sobre sus cabezas luce plomizo amenazando con dejar caer nieve en cualquier momento, pero si no hacen esto ahora difícilmente tendrán otra oportunidad.

Entonces Victor se acuclilla frente a Makkachin, cuyos brillantes ojos le miran sin comprender la enorme decisión que su dueño acaba de tomar.

—Te voy extrañar mucho —se despide del primer gran amigo que tuvo en toda su vida, dándole un fuerte abrazo para después guiarlo hasta el hueco en el suelo que conecta al exterior. Makkachin se resiste, por supuesto, mas vuelve a empujar hasta hacerlo salir del otro lado—. Escucha bien: debes portarte como un buen perro y buscar a Yuuri, sé que recuerdas el camino.

Pero Makkachin sólo gime asustado y se niega rotundamente a mover un sólo músculo. Victor echa un vistazo sobre su hombro con urgencia; si alguien los descubre, si ven las cartas entonces no puede siquiera imaginarse cuáles consecuencias deberá pagar.

—Por favor, vete ya —ordena con desesperación.

Pero Makkachin continúa firme justo dónde está, quedándose a su lado tan fiel como el primer día en que los dos encontraron consuelo entre si una mañana de noche buena, cuando Victor sólo era un niño pequeño.

A su leal compañero de tantas aventuras poco o nada le importan las barras de gélido metal que ahora los separan, no piensa abandonarlo por nada del mundo. Y el corazón de Victor se rompe un poco más, pues quizá sea la última vez que pueda verlo.

—Los Katsuki van a cuidarte bien —no funciona, el caniche sólo procede a colocar su nariz sobre la mano de Victor pidiéndole, en silencio, cambiar de parecer. Pero no lo hará y ejerce medidas poco amables—. ¡Fuera de aquí! —Makkachin baja las orejas asustado—. No quiero verte más, ¿entiendes? Yuuri se encargará de ti ahora —le lanza un puñado de tierra con afán de ahuyentarlo—. ¡Largate!

El can luce desconsolado al apartarse unos cuantos pasos, y Victor arroja piedrecillas con fuerza suficiente para hacerlo emprender la marcha, cosa que resulta pues Makkachin corre hasta desaparecer en la lejanía.

Sólo entonces Victor comienza a llorar en silencio, pidiéndole a su madre que el caniche pueda llegar sin problemas a Yutopia, dónde seguro tendrá una vida feliz por ambos.

Porque él ya ha dado por perdida cualquier tipo de esperanza.


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