Vigesimosegundo
Victor le dio un vistazo final a su habitación antes de cerrar la puerta y, con maleta en mano, se dispuso a dirigirse hasta las escaleras dónde su padre lo esperaba dispuesto así a marcharse.
El vuelo con destino a Suiza lo harán mediante un avión privado, sin embargo necesitaban dirigirse primero al aeropuerto de Fukuoka si querían tener acceso al servicio pues, como Hasetsu formaba parte de Kyūshū[1] la terminal aérea más cercana se hallaba ubicada en dicha prefectura.
Hacerlo por automóvil fue descartado desde un inicio, demasiadas horas en carretera y Michail no podía darse el lujo de ello, gracias a lo cual sólo les restó trasladarse por la Línea Chikuhi[2] que conectaba directamente con el metro de Fukuoka. Después arrendar los servicios de un taxi no sería cosa difícil.
Pero aun con tanta practicidad, ése sin lugar a dudas iba a ser un trayecto de infierno para Victor.
Quizá lo único que le brindaba cierta tranquilidad era saber que posiblemente a esas horas Makkachin ya se encontraría sano y salvo con los Katsuki, quienes esperaba lo cuidarían bien durante su prolongada ausencia.
De igual modo, Yuuri también habría recibido la carta donde intentaba explicar la situación y el motivo de su inesperada partida. Victor buscó sonsacarle a Michail todo posible detalle relacionado con el día en que abandonarían Japón, disponiéndose luego a transmitirlo a su mejor amigo mediante aquella masiva escrita.
En ella le pidió ser fuerte, que jamás dejara de luchar por sus sueños y, colaborando aunque fuera un poco en ello, le envió la memoria USB donde guardaba las tres melodías que compuso pensando en él, deseando con todo su corazón algún día las utilizara mostrándole así al mundo entero cuan hermoso era su patinaje.
Y sólo por esos dos motivos Victor creía sentirse en paz. Al menos Yuuri ya tenía razones lógicas que justificaran la repentina ausencia entre los dos, permitiéndole entender no fue culpa de ninguno.
Así, una vez llegó al inicio de las escaleras pudo ver Michail que, acompañado del chofer, aguardaba pacientemente su presencia. El hombre al servicio de los Nikiforov se encargó del equipaje con educación, mientras Michail corroboraba vía telefónica los pasajes no presentaran contrariedad alguna cuando llegaran al aeropuerto, pues al tener una agenda tan rigurosa por cumplir no quería retrasos.
Victor torció el gesto aún cuando podría ser visto, a esas alturas los dos habían sobrepasado ya una linea divisoria invisible tras mantener aquella horrorosa discusión días atrás.
Una de la cual difícilmente lograrían volver.
—¿Dónde se metió tu perro? —preguntó Michail tras darse cuenta el caniche, cuya costumbre era seguirlo a todos lados, brillaba por su ausencia.
—No lo sé —mintió importándole poco hacerlo creíble. El mayor, por supuesto, reaccionó de inmediato.
—¿Qué has hecho con él, Victor? —insistió con tono severo.
El aludido sólo levantó la barbilla en claro gesto retador antes de contestar:
—Nada, sólo tal vez tuvo deseos de escapar justo igual a todo cuanto se encuentra cerca de ti —dijo mal intencionadamente una vez abandonaron la residencia.
Michail frunció el entrecejo, más hizo caso omiso de la provocación pues no planeaba iniciar una pelea justo en ése momento.
—Ya lo buscaré yo mismo cuando vuelva —Victor, en toda respuesta, sólo murmuró entre dientes un "como si fueras a encontrarlo de todos modos".
Ya dentro del automóvil, todo el tiempo Victor se dedicó a mirar a través del cristal polarizado las cosas que dejaban atrás, despidiéndose en total silencio de cada sitio dónde Yuuri y él pasaron algún momento juntos, mientras se preguntaba cuándo sería la próxima vez que podía volver ahí sin ataduras o cadenas restringiéndolo.
Y tal como le ocurrió siendo apenas un niño pequeño, se vería obligado a decirle adiós a una de las personas más importantes que conocía.
¿Acaso sería alguna clase de ciclo? ¿Siempre, en algún punto determinado necesitaría reorganizar el rumbo gracias a los cambios externos a si mismo? Pues si así era lo detestaba; era muy cruel. Pero, sin importar cómo debería hacerlo, Victor se prometió ser libre.
Ahora esta era su única meta a largo plazo.
Treinta minutos después, los dos arribaron a la concurrida estación perteneciente a Hasetsu. Había mucha fluctuación de gente pues a esas fechas las vacaciones pronto acabarían y todos los que decidieron visitar la pequeña ciudad, ya fuese por motivos personales o negocios, debían volver a casa.
Y paso tras paso, Victor creyó tener un gran tabique de hielo atorado en la boca del estómago, pues nada más cruzaran aquellas puertas quedaría sellado su destino por los siguientes cinco años. En un arranque de locura consideró buena idea echarse a correr tan lejos como pudiera, pero abandonó semejante tontería porque sólo aplazaría lo inevitable.
Hacer los chequeos de rigor, colocar las etiquetas correspondientes a la valija evitando así extravíos y, posteriormente, recibir sus boletos fue tarea sencilla. Después, sin mayores preámbulos, acudieron al área de abordaje.
Sin embargo, ni siquiera consiguieron avanzar dos metros cuando Victor alcanzó a escuchar una voz bastante conocida gritar su nombre sorprendiéndolo, pues difícilmente hubiera logrado captar algo sobre todo aquel ruido que los rodeaba.
E importándole un reverendo comino desobedecer a Michail frente a tantos espectadores, se giró dispuesto a buscar la pequeña figura de su mejor amigo que luchaba con ímpetu para abrirse paso y llegar hasta él.
—¡Vitya! —volvió a llamarlo, ahora más fuerte al agitar el brazo tratando así de captar su atención.
Entonces Makkachin sí consiguió encontrar el camino a Yutopia sano y salvo, concluyó casi mareado del alivio.
—¡Yuuri! —respondió sin tomar en cuenta le provocaría un sobresaltó a Michail ante su repentina exclamación.
Y al padre de Victor sólo le fue necesario un breve vistazo para conectar ideas e, inmediatamente, tratar de impedir que aquello terminara poniéndose aun peor.
—¿Qué rayos crees que haces? —amonestó sin ocultar su latente molestia—. Nos vamos ahora mismo.
—Por favor, papá —suplicó sin importarle cuan patético pudiera parecer—. Éste será él último favor que te pediré; si me dejas hablar con Yuuri no volverás a recibir ninguna queja mía durante mi permanencia en Suiza, eso te lo puedo asegurar —a semejantes alturas Yuuri ya casi les alcanzaba y, sólo hasta entonces, Victor se dio cuenta Mari lo acompañaba.
Michail sopesó posibilidades, Victor sabía que su padre adoraba mantener las apariencias y protagonizar un escándalo no era opción viable.
—Cinco minutos, no más —le permitió a regañadientes.
Sin perder tiempo, Victor prácticamente corrió al encuentro de Yuuri, quien casi se tropezó antes de arrojarse a sus brazos una vez rompieron la distancia que los separaba. El chico Katsuki jadeaba con dificultad pasmosa debido al esfuerzo, mientras intentaba aferrarse a él como si fuese alguna tabla de salvación.
Al ruso por supuesto no le molestó, todo lo contrario, pues también le sostuvo con fuerza aun cuando habían comenzado a captar la atención de los presentes. Pues en lo que a Victor concernía bien podían irse al infierno, aquel momento sólo les pertenecía a ellos dos.
—Victor —lo escuchó murmurar contra su hombro, casi al borde de un ataque.
—Shhh, tranquilo... todo va a estar bien —dijo con la voz rota—. Vamos a estar bien, zolotse. Ya lo verás.
—Recibí tu carta —le informó guardándose para si que Makkachin ahora sería suyo—. Pe-pensé que no lo lograría...yo...yo no...
Victor le acarició los cabellos antes de proseguir.
—Me gustaría decirte muchas cosas justo ahora Yuuri, pero no tenemos tiempo —entonces le obligó a mirarle—. Necesito que me prometas algo —él asintió sin titubear—. Prométeme que vas a luchar contra todos para volver tus sueños realidad, sin importar cuán difícil pueda ser o cuánto miedo sientas frente a las adversidades.
Los ojos avellana brillaron con súbito terror.
—¿Por qué hablas como si nunca más nos fuéramos a volver a ver? —preguntó Yuuri desesperado.
Victor en cambio a penas logró contener sus ganas de soltar el llanto.
—Anda, si no te oigo decírmelo entonces no podré marcharme tranquilo —siguió insistiendo pese a las constantes preguntas del otro—. ¡Promételo!
—Lo prometo —sollozó arrancándole una sonrisa triste.
Yuuri ahora entendía que quizá sí era un hecho irrefutable que los destinos de ambos deberían tomar caninos separados ahora.
—Gracias por regalarme tantas maravillosas experiencias —le acarició la mejilla, poco a poco se agotaban los cinco minutos y él debería decirle adiós—. Siempre voy a llevarte en mi corazón, Yuuri; nunca lo olvides.
Yuuri volvió a abrazarlo dejándole sentir toda su tristeza, una que él compartía desde lo más profundo de su ser.
—Quisiera darte algo —lo más rápido posible, del interior de su mochila sacó dos cosas: un álbum y una pequeña cajita de música que el de cabellos plata recibió gustoso—. Piensa en mi cuando veas esto, ¿sí?
Antes de que pudiera responder, su padre hizo acto de presencia interrumpiéndolos.
—Suficiente —Michail ordenó tras dirigirle al japonés una mirada poco amable, sujetando a Victor del hombro derecho—. Ya he tenido bastante de todo esto.
Sin delicadeza, el chico de cabello largo fue prácticamente arrastrado en dirección contraria, situación que ninguno podía evitar.
—¡Jamás voy a darme por vencido! —Yuuri dijo de pronto, mas Michail prefirió ignorarle demasiado centrado en impedir que Victor se detuviera—. Sin importar cuánto haga falta o dónde sea, te encontraré Vitya. ¡Juro que lo haré!
Lo último que el adolescente ruso alcanzó a ver antes de ingresar en la zona de abordaje, fue la temblorosa figura de Yuuri buscando refugio entre los brazos de su hermana mayor.
Después entrar al compartimiento privado del tren le pareció casi de pesadilla. Sentándose cual autómata junto a la enorme ventanilla, se dispuso a mirar los obsequios que Yuuri le había dado, pues Michail necesitó salir unos momentos a atender una llamada importante.
Primero abrió el álbum y las lágrimas corrieron libres por sus mejillas, pues este albergaba en su interior incontables recuerdos tangibles de su amistad con Yuuri. Fotografías polaroid hacían referencia a lugares importantes para ambos: el kiosco dónde se conocieron, el Ice Castle, la escuela. También había otras en la playa, Yutopia o su recital de piano tomadas tras bambalinas.
Y apretó contra su pecho tan importante obsequio, porque era todo cuanto le quedaba para convencerse a si mismo que esos meses fueron reales y Yuuri Katsuki había sido el principal responsable de hacerlo feliz como nunca nadie lo logró antes.
Victor Nikiforov tenía trece años y su vida, por segunda ocasión, estaba dando un giro de ciento ochenta grados que escapaba completamente de su control.
***
[1]Kyūshū: es la tercera isla más grande del Japón y se encuentra al sur del archipiélago. Es considerada la cuna de la civilización japonesa.
[2]Los visitantes que viajan a Fukuoka en Shinkansen (tren bala) desembarcan en la estación JR Hakata. A continuación, se transfieren al sistema de metro de la ciudad de Fukuoka, cambiando a la estación de Hakata. El aeropuerto de Fukuoka también está vinculado a la compañía del metro de la misma prefectura, convirtiéndolo en uno de los principales aeropuertos más accesibles del mundo.
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